El poema de Günter Grass

Siempre he pensado que la poesía es algo indescifrable que te abofetea. Puede ser esa clase de bofetada maravillosa, como si te tocara la lotería, o una de esas bofetadas impenitentes que te confrontan con algo que no quieres leer.

Ni admitir.

grass israel iran poema

Hoy Günter Grass ha sacado el látigo y lo ha travestido de poema. Was gesagt werden muss. Lo que debe decirse. «Lo que hay que decir», en palabras de Miguel Sáenz, su traductor.

Es un poema difícil, como suelen ser los poemas de Grass, que siempre ha sido mejor novelista que poeta. Un poema con una estructura que a los acostumbrados a las lenguas románicas nos resulta distante y monologal, un poema que pierde bastante fuerza en la traducción -pese a que Miguel Sáenz es El Traductor de Grass-, y que, todo hay que decirlo, como poema es malo.

Pero eso no es relevante para la historia que nos ocupa. Es un poema de un alemán, con una trayectoria fuera de toda duda -por mucho que se haya intentado desprestigiarle por la confesión recogida en su autobiografía «Pelando la cebolla»-, que se ha atrevido a decir en voz alta y de forma pública algo tabú para el pueblo alemán:

Porque hay que decir
lo que mañana podría ser demasiado tarde,
y porque —suficientemente incriminados como alemanes—
podríamos ser cómplices de un crimen
que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa
no podría extinguirse
con ninguna de las excusas habituales.

Evidentemente, un asunto tan nacional ha concitado una unidad nacional en contra de Grass. El taz (periódico de tendencia izquierdista-verde) habla de «la miseria de un autor» que «falsifica los hechos«. El jefe de la Comisión de Exteriores del parlamento alemán (Bundestag), el democristiano Ruprecht Polenz (CDU), acusa a Grass de “confundir la causa con el efecto” y de “fabricar” un contexto internacional que “no se corresponde con la realidad”. El partido socialdemócrata (SPD), por boca de la secretaria general Andrea Nahles, también se ha pronunciado calificando el poema de “irritante y desproporcionado«. En el ministerio de Exteriores israelí consideran que el poema de Grass es una “obra de ciencia ficción de calidad lamentable” y de «un evidente mal gusto”. Pero la opinión más reveladora, en mi opinión, es la del gerente parlamentario de Los Verdes, Volker Beck, quien ha acusado a Grass de “contribuir al prejuicio antisemita” según el cual criticar a Israel “sería un tabú”. Para Beck, no hay tal tabú, de modo que “el poema se descalifica a sí mismo como contribución al debate”.

No hay tabú, pero criticar a Israel es un prejuicio antisemita. Un ejercicio de retórica impecable. Y desvergonzado.

Lo que Grass expone es algo muy claro: no, el hecho de ser alemanes y de haber cometido una atrocidad enorme en el pasado no nos puede callar, ni otorga un cheque en blanco a los israelíes para hacer lo que quieran, como quieran, cuando quieran. Y eso debe decirse. Y eso no supone -como el frentismo infiere- que decir eso es defender a Irán ni sus erráticas políticas populistas. Y que del hecho de no estar de acuerdo con Ahmadineyad no debe inferirse tampoco el cheque en blanco a Israel, y mucho menos viniendo de Alemania. Y eso también debe decirse.

Debe decirse en un país donde la culpa histórica y la autoflagelación por el pasado se ha enquistado. Y no es sólo una percepción de Grass: es un hecho que puedes constatar si vienes a Berlín. Puedes caminar tranquilamente por Mitte y de repente encontrarte con una valla en mitad de la acera que te obliga a cruzar la calle para dar un rodeo a algo. Ese algo es una sinagoga. O un centro judío. O simplemente una cafetería kosher. Tienes una valla y dos corpulentos policías haciendo guardia las 24 horas del día, 7 días a la semana. Para protegerles. No sabes bien de qué a estas alturas, si ya el pueblo alemán está, como dice Grass, suficientemente incriminado por la Historia.

Siempre recordaré una anécdota berlinesa. Un día estaba tomando un cappuccino horrible en el Keyzer Sozé, junto a uno de los ventanales. El que daba a una juguetería judía. Sabía que era judía porque ellos mismos tenían un par de estrellas de David en el escaparate. Y porque había tres coches de policía en la puerta. Tomando huellas y recogiendo muestras de adn. La noche anterior alguien había escupido en el cristal, varias veces. Un ataque en toda regla que debía ser investigado. Era sin embargo un mero detalle aleatorio que todos los demás escaparates de las tiendas circundantes tenían escupitajos también: una tienda de muebles, una guardería y una galería de arte. Pero sólo estaban tomando muestras de la juguetería.

Pero la culpa. Pero la apariencia. Pero la corrección absoluta. Pero la histeria, especialidad israelí.

Las excusas habituales.

Lo que Grass pone sobre la mesa es algo importante: es nuestro deber decir que algo está mal, sea cual haya sido nuestro pasado. Eso no nos puede quitar la Palabra. Nosotros ya no somos ellos (los que cometieron las atrocidades), ni ellos (los que sufrieron y sobrevivieron) son ya estos. Y sobre todo, decir eso no nos convierte en antisemitas, que es un insulto tan trasnochado a estas alturas como neocon o perroflauta.

Y mientras Grass plantea, como siempre ha hecho en sus obras, preguntas incómodas, un artículo del diario berlinés Die Welt, firmado por Henryk M. Broder (cuyos padres sobrevivieron a los campos de exterminio nazis), afirma que «Grass siempre ha tenido un problema con los judíos«.

Difama, que algo queda en los tiempos del pensamiento único.

Manifiesto “En defensa de los derechos fundamentales en internet”

Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet, los periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que…

1.- Los derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela
judicial efectiva y a la libertad de expresión.
2.- La suspensión de derechos fundamentales es y debe seguir siendo competencia exclusiva del poder judicial. Ni un cierre sin sentencia. Este anteproyecto, en contra de lo establecido en el artículo 20.5 de la Constitución, pone en manos de un órgano no judicial -un organismo dependiente del ministerio de Cultura-, la
potestad de impedir a los ciudadanos españoles el acceso a cualquier página web.
3.- La nueva legislación creará inseguridad jurídica en todo el sector tecnológico español, perjudicando uno de los pocos campos de desarrollo y futuro de nuestra economía, entorpeciendo la creación
de empresas, introduciendo trabas a la libre competencia y ralentizando su proyección internacional.
4.- La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de
multitud de fuentes diferentes.
5.- Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con
cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo.
6.- Consideramos que las industrias culturales necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen perseguir.
7.- Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre.

8.- Exigimos que el Gobierno garantice por ley la neutralidad de laRed en España, ante cualquier presión que pueda producirse, como marco para el desarrollo de una economía sostenible y realista de cara al futuro.

9.- Proponemos una verdadera reforma del derecho de propiedad intelectual orientada a su fin: devolver a la sociedad el conocimiento, promover el dominio público y limitar los abusos de las entidades gestoras.
10.- En democracia las leyes y sus modificaciones deben aprobarse tras el oportuno debate público y habiendo consultado previamente a todas las partes implicadas. No es de recibo que se realicen cambios legislativos que afectan a derechos fundamentales en una ley no orgánica y que versa sobre otra materia.

Este texto se publica multitud de sitios web. Si estás de acuerdo, publícalo también en tu blog.

Soitu muere de éxito

Pierdo el tiempo del trayecto al trabajo en tranvía mirando las hojas de los árboles. No pienso en nada concreto. Son las 9 de la mañana y me encamino a mi trabajo en la oficina. Una oficina que mira al Spree, con grandes ventanas y aires de libertad. Un lugar al que me gusta acudir a trabajar.

Siempre me han gustado los lugares abiertos, donde circula el aire, donde se mueven las personas y no sólo los números.

Quizá durante el viaje no pienso en nada, porque cuando salgo a comer a las 13,30 sí estoy pensando en algo. En la voladura controlada de Soitu, el periódico online de información que, en cierta manera, formaba parte de mí y yo de él. No sólo porque tengan una foto mía en un índice de corresponsales urbanos: también porque recuerdo esos meses sin trabajo en los que me esforzaba a obligarme a someter la rutina a un ritual de crear un artículo, que a veces destacaban en portada y a veces no. Eso era lo de menos, me decía.

Sigue siendo lo de menos, ahora.

No voy a escribir con corrección. No voy a revisar las frases. No voy a buscar la mejor forma de contar esta historia. Esta historia se cuenta sola.

Aterricé en Soitu en Marzo de 2008, como casi todos, siguiendo la estela de Javier Pérez de Albéniz, alias El Descodificador, el responsable del blog de televisión de ElMundo.es al que trataron de ponerle una mordaza en la boca y que cogió la mordaza y se la introdujo de palabra por el ojal al hombrecillo que dirige el panfleto. Su estilo claro, directo y brutal entroncaban con una manera mía de contar las cosas que saco de paseo de vez en cuando y que alineo bajo el alias de Thomas Bernhard. Por eso le seguí, y aterricé en Soitu. Un lugar en construcción, con muchas ganas de contar cosas y abierto a la participación. Tomé un artículo que había escrito para 20minutos y que nunca llegó a ninguna parte: lo subí y me lo seleccionaron para estar en la portada. Inmediatamente. Con algunas loas privadas que me hicieron sonreír, y pensé, estoy en el sitio adecuado.

Observé un lugar lleno de gente joven, nativos digitales, interdisciplinares, abiertos, creativos.

Subí artículos, entré a formar parte de los corresponsales urbanos, propuse temas, ascendieron a portada, aparecía mi nombre real. Otros se quedaron por el camino. Tampoco importa ya. Como los buenos amigos, Soitu y yo hemos tenido discrepancias. Yo sólo soy un hombre grave. Una persona que ve manos negras detrás de las acciones políticas, un ser incapacitado para el optimismo social, un tipo que cuando le preguntan si ve el vaso medio lleno o medio vacío, siempre entona un discurso en el cual afirma que mientras que el optimista, al verlo medio lleno, no se preocupa de ir a por otro vaso, mientras que el pesimista se encarga de ir a pedir otro, por lo que al final el pesimista es el que tiene un vaso entero para beber mientras que el optimista se queda sin bebida. Soy un hombre que fuma en pipa, de humor ácido, de espíritu reflexivo y francotirador. Sí es cierto que a menudo pensé que mi forma de escribir, las historias que cuento, cada vez encajaban menos con el espíritu festivo y despreocupado de Soitu. Quizá eso, junto a problemas personales y cambios laborales, me retractaron de escribir a menudo en Soitu. De preocuparme de proponer temas. De buscar vistazos que no supusieran una sugerencia de apocalipsis. Tampoco importa ya: ellos crecían, y yo me alegraba por ellos. Sí pensaba, y lo sigo pensando, que Soitu quizá debería conjuntar mejor la profundidad y la ligereza, el ocio y la reflexión.

Sigo hablando en presente. Ya no hay posibilidad de conjuntar nada.

Crecieron rápido, se ampliaron rápido, ahora desaparecen rápido. La supernova ha explotado. En noches como la de hoy, sentado ante el ordenador con el que escribía las crónicas que les mandaba, es fácil decir, esto debería haber sido así, deberían haber tirado más por aquí. El deporte nacional español de enmendar la plana a posteriori a aquellos que tomaron las decisiones que parecían acertadas. Tampoco importa ya.

Hoy fenece, por los motivos que sean, y ayudados por la gran mano al cuello de BBVA, su accionista y socio de capital, un medio de información que, con sus imperfecciones humanas, contribuyó a ampliar el horizonte de lo que un medio de comunicación del siglo XXI debía ser: abierto, transversal, con participación e integrando las nuevas tecnologías y las nuevas formas de relación entre periodista y lector; adiós al monólogo, brazos abiertos al diálogo.

Mientras ellos se disuelven, los medios tradicionales todavía se preguntan si tienen que cobrar por sus obsoletos contenidos. No han entendido nada de todo lo que ha pasado en España en estos últimos 22 meses. Mejor así: su agarrotada obsolescencia hará que nazca otro Soitu, bajo otro nombre, espero que con más éxito en la aventura.

Y espero estar ahí, aportando mis profundidades que a nadie le interesan en estos tiempos de liviandad.

«Afganistán: llámelo equis, pero sigue siendo una guerra» ©Paracaidista

Vuelvo de unas minivacaciones y me entero que la OTAN ha vuelto a hacer de las suyas. Pero claro, como estaba de vacaciones, no me he enterado bien. Hasta que he leído este artículo, el cual reproduzco:

«Un bombardeo de la OTAN vuelve a causar una masacre indiscriminada. España enviará más soldados a la equis.

Después de leer durante dos días la noticia en diversos medios españoles e internacionales, después también de haberla escuchado en diferentes boletines radiofónicos y hasta en las noticias televisadas, trato de recapacitar para comprobar qué información ha asumido mi cerebro, qué es lo queda en la orilla cuando la ola se retira o se suprime el estímulo directo. Porque algo no me cuadra.

Esto es lo que retengo: el viernes, dos aviones de la OTAN, a petición o comando de las fuerzas alemanas en la región, bombardearon un convoy de gasolina secuestrado por talibanes, causando un número indeterminado de muertos, que unas fuentes cifran en torno a cincuenta y otras alrededor de ciento veinticinco. Puesto que los camiones habían quedado embarrancados en un arenal y, al parecer, muchos civiles se habían acercado para abastecerse de combustible o colaborar más o menos voluntariamente en la tarea de liberar los vehículos, no es posible determinar a ciencia cierta cuántos de los fallecidos son “insurgentes” (merecedores, por tanto, de la muerte; eliminables sin el menor revuelo de la opinión pública occidental) y cuántos simples ciudadanos afganos (cuya colateralidad levanta siempre ampollas entre el sector más crítico o sentimentalizado de la población y que, sobre todo, dificulta a los diferentes gobiernos la justificación de las operaciones armadas en el extranjero).

Esta pequeña imprecisión, unida a la desproporción del procedimiento, ha provocado algunas previsibles reacciones: los de siempre se echan las manos a la cabeza y cuestionan el operativo, exigen explicaciones al Secretario General de la OTAN, quién garantiza se llevará a cabo la pertinente investigación y pide comprensión ya que, lamentablemente, como los insurgentes no llevan uniforme, resulta difícil distinguirlos del resto de los ciudadanos y, por ende, de mujeres, ancianos y niños. ¡Para colmo, la visibilidad nocturna en los F15-E es muy limitada!.

El ejecutivo alemán, por su parte, sin aportar evidencia alguna de ello (¿para qué?, después de Irak ha quedado claro que no hace falta), no vacila en asegurar que el combustible robado iba a utilizarse en atentados suicidas contra su destacamento, justificando así hábilmente la drástica intervención militar. Aludir a “atentado suicida” es todo un acierto, pues nada nos aterroriza más a los civilizados occidentales que esa expresión de violencia a nuestros ojos irracional, fanática, imprevisible y, lo que es peor, imposible de controlar. (En esta época en que las únicas bajas en combate que deben impedirse a toda costa son las de los soldados, olvidamos que la función de todo jefe de ejército ha sido siempre inmolar unidades, enviar a una muerte segura -y disciplinadamente aceptada: se fusila a los desertores- a un contingente de guerreros para equilibrar la batalla, sacrificar una parte para salvar el todo).

En definitiva: la OTAN recibe presiones que proceden incluso de los gabinetes europeos (algunos de ellos acaban de aprobar el aumento de la dotación de tropas en la zona; otros, el propio gobierno alemán, están envueltos en sensibles procesos electorales), reconoce que probablemente se han excedido, pero que la finalidad del ataque no era otra que cumplir su mandato y salvaguardar la seguridad en la zona, protegiendo a los afganos. Fin.

Esto es cuanto he asimilado, lo que -entreverado de opinión personal, contaminado por mis vicios y afecciones de receptor activo-, logro reformular. ¿Por qué me indigna tanto? ¿Por qué me parece tan grave? Creo que lo que me irrita particularmente es no saber, como le pasa al presidente Zapatero, si en Afganistán hay o no una guerra, aunque sólo sea una guerra contra el terrorismo. Si lo supiera, podría catalogar lo sucedido (chapuza bélica o inadmisible acto delictivo), vislumbrar el porqué de la aparente impunidad con que la OTAN se permite hacer uso de su arsenal sobre la población civil.

A lo mejor, como le pasa a nuestro presidente (y parece una maladie extendida entre los mandatarios), no me he enterado bien de qué va esto, o puede que no sea sino uno más de esos sentimentales blandos, quisquillosos, dispuestos a montar un escándalo por cualquier nimiedad… Aplicando la prueba del nueve periodística, el método de las seis uves dobles (who, what, when, where, why, how), compruebo que hay algunos aspectos que, en efecto, no están nada claros, mientras que otros lo están meridianamente, sólo que el lenguaje utilizado para referirse a ellos nos guarece, como una madre hiperprotectora, de la realidad.

Veamos. Qué, dónde y cuándo no presentan mayores problemas: Kunduz, Afganistán, lejos; viernes cuatro de septiembre, 2:32 de la madrugada; ataque desproporcionado y negligente de la OTAN y la fuerza internacional con la consecuencia de numerosas bajas civiles. Cómo: dos bombas de unas 500 libras (227 kg) cada una, lanzadas desde aviones norteamericanos sobre dos camiones cisterna llenos de combustible, en torno a los cuales bullen más de un centenar de personas, sin molestarse en averiguar primero a quién están aniquilando.

¿Quién? Aquí empiezan las dificultades. ¿A quién le sucedió? ¿De quién se trata? Talibanes, insurgentes que amenazan la legalidad democrática establecida después de que la comunidad internacional pusiera fin a su propia y despótica tiranía. No eran, por tanto, simples ladrones de gasolina, ni siquiera sospechosos muy peligrosos, sino enemigos declarados, enemigos mortales a los que, en una guerra, se les puede y debe bombardear sin ningún reparo.

Porque en Afganistán hay una guerra, y ésta es una de esas realidades desagradables que el lenguaje de los medios y los políticos, cada vez más una y la misma cosa, contribuye a hacer digerible. La Wikipedia, al menos, lo tiene claro: guerra en Afganistán (2001-presente). El tiro sale por la culata cuando, después de tanto hablar de misiones de protección, de mandatos de la ONU, de fuerzas de pacificación, etc. se produce una acción genuinamente guerrera y la gente de bien, familiarizada con el respeto a la vida y el derecho, se alborota y escandaliza; cosa que no ocurriría si el presidente Zapatero, en lugar de decir que España va a enviar tropas a Afganistán para “reforzar la seguridad”, dijera: vamos a mandar 200 soldados españoles más a una guerra en la que, como es natural, hay enemigos (insurgentes) que intentarán matarlos, pero también ellos podrán matar a su vez a los enemigos (insurgentes) que sea preciso. De esta manera, a nadie le resultarían extraños los bombardeos indiscriminados; nuestra castigada experiencia los catalogaría como actos convencionales de guerra y, por lo tanto, dentro de la normalidad, al igual que sería normal y no una dolorosa eventualidad el fallecimiento en acto de servicio de uno de los nuestros.

Al Presidente, sin embargo, le parece “absurdo” debatir si Afganistán es o no un país en guerra, de manera que nos quedaremos sin saber si los aproximadamente 200 civiles muertos entre enero y julio de este año por bombardeos de la ISAF (International Security Assistance Force, cuyos ataques aéreos son, junto a los atentados suicidas, la mayor fuente de peligro para la población civil) son víctimas de un conflicto armado o engrosan una hiperbólica estadística de inseguridad ciudadana.

Éstos que han muerto ayer, bombardeados por nosotros, por la fuerza de estabilización (o como queramos llamar a nuestra facción), ¿quienes eran? Me gustaría conocer sus nombres, aunque para empezar no estaría mal que nos dijeran su número exacto; me gustaría saber que se ha confeccionado un documento con nombres y apellidos, como esas funestas listas que se elaboran enseguida cuando se estrella un avión lleno de europeos o cuando las víctimas del terror son primermundistas. Los que han tirado las bombas, obedeciendo órdenes del ejército alemán (¡por fin les han dejado volver a participar en guerras!), ¿quiénes eran? En una guerra no hace falta explicar quien tira cada bomba, pero si no es una guerra deberíamos saberlo. ¿Quién dio la orden? ¿Quiénes planearon y autorizaron el ataque? ¿Quién lo llevó a cabo? ¿Quién sabía que iba a producirse? ¿Quién es el responsable? ¿Quién decide que tales acciones son lícitas, que puede liquidarse expeditivamente a cualquier sospechoso de insurgencia? Saber esto será sin duda más fácil que identificar los cuerpos carbonizados de unas decenas de parias; si alguien tuviera interés en depurar responsabilidades, bastaría con consultar un organigrama.

Y queda la última pregunta ¿Por qué? ¿Por qué sucedió? ¿Por qué sigue sucediendo y volverá a suceder de nuevo? No me siento capaz de responder a esto. Ni creo que el presidente Zapatero, ni el mismísimo general McChrystal, jefe de las tropas de la OTAN en Afganistán, que en ágil movimiento de contrición se apresuró a visitar en el hospital a los heridos a los que se le supone encargado de proteger, estén en condiciones de hacerlo.»

© Paracaidista

Artículo original aquí

Elecciones en Alemania: las urnas como laboratorio político

El mejor indicador termopolítico no es una estadística, ni una encuesta, ni siquiera un artículo de prensa o un reportaje. Es la Prueba del Padre.

El Padre es aquella figura que cada domingo madruga sin necesidad de hacerlo, y baja a comprar la prensa con la reverencia que destilan las personas que durante años no compraron prensa porque no era libre. El Padre puede ser tu propio padre, o un familiar cercano, o ese señor que se sienta en el banco de la plaza cada domingo a leer la prensa. El Padre es aquel que, sin ser un experto en política, deportes, economía o internacional, desprende un conocimiento general cincelado a fuerza de leer prensa durante años que le hace reconocer los acontecimientos importantes de los que son mero ruido comunicativo.

Hoy, bastaría hacer la Prueba del Padre caminando por la plaza para saber que es un día importante en Europa. Porque hay domingos donde el Padre está más relajado, con una media sonrisa y dejando que el sol le toque la cara mientras lee. Pero hoy está más encorvado hacia delante, el ceño más fruncido, el gesto más tenso. Porque hay elecciones locales y federales en Alemania, a cuatro semanas vista de las elecciones para la Cancillería. Sajonia, Turingia y el minúsculo estado federal del Sarre celebran elecciones que van a ser claramente un espejo en el que medir resultados para dentro de un mes, y sobre todo, alianzas de gobierno que serán a todas luces necesarias.

Tomemos el Delorean para viajar cuatro años atrás en el tiempo.

2005. Elecciones a la Cancillería. La erosión política de Schröder, canciller del SPD (Partido Socialdemócrata Alemán), le presenta ante el electorado como acabado tras 7 años en el poder y aprobar toda clase de recortes sociales que minaron la enorme base social con la que accedió al poder. La campaña arranca con Angela Merkel, candidata del CDU (Partido Democristiano Alemán), con más de 15 puntos de ventaja; pese a su absoluta inexperiencia en tareas serias de gobierno, Merkel ha logrado ganarse las simpatías de muchos alemanes, más allá de su ideología política, por haber conseguido la jefatura de un partido tan rígido como el CDU siendo una mujer, y procediendo además de la antigua Alemania del Este. Merkel, pese a estos logros objetivos, no consigue conectar con el electorado, mientras que Schröder hace una campaña agresiva y efectiva, infundiendo el «miedo a la derecha», que obra el milagro: el día de las elecciones, decenas de miles de personas que, desencantados con sus políticas neoliberales, juraron que jamás volverían a votar al SPD, lo hicieron para frenar a Merkel y el peligro que suponía, consiguiendo que CDU y SPD presenten un empate técnico a escaños en el Bundestag (parlamento alemán). En la sede del CDU, que había conseguido un espectacular aumento de votos, reinaba un ambiente de funeral, mientras que en la del SPD, que había caído notoriamente, imperaba una alegría que rayaba en lo irreflexivo. Esa noche, Schröder cometió el error de presentarse como vencedor, y de humillar públicamente a Merkel diciéndole que «ni se le ocurra pensarlo: no vamos a pactar con usted«. Muchos interpretaron esas palabras como una afrenta, un gesto innecesario que jamás se hubiera atrevido a lanzar de haber sido Merkel un hombre. Las simpatías empezaron a deslizarse claramente hacia Merkel en las semanas posteriores a las elecciones (donde cientos de encuestas preguntaron a la nación qué salida cabía, si nuevas elecciones o un gobierno de unidad nacional), forzando al SPD a apartar de la primera línea política al excanciller Schröder y a quedar expuesto a la voluntad del CDU.

Merkel ahí demostró por qué había conseguido la jefatura del CDU: utilizó las encuestas para marcar el tempo político. Mientras muchos la presionaban para formar un Gobierno Jamaica (en Alemania, los partidos políticos tienen colores, y Jamaica sería el CDU (democristianos de derecha, negro), FDP (liberales, amarillo) y Die Grüne (los verdes, evidentemente verde), Merkel analizó la situación política de una forma impecable: era mucho más inteligente formar una gran coalición con el SPD. De esta manera, anularía gran parte de su base social, que jamás perdonaría a los dirigentes del SPD haberse bajado los pantalones ante el CDU, y a su vez, robaría las iniciativas socialdemócratas del gobierno para atribuírselas y darle al CDU un perfil social que jamás había tenido en 60 años de historia.

El tiempo ha dado la razón a Merkel: la entrada en el gobierno del SPD ha destruido su respaldo social y ha sumergido al partido en una gran crisis de identidad que se ha saldado con tres candidatos oficiales a Canciller en cuatro años (Mathias Platzeck, Kurt Beck y ahora Frank Walter Steinmeyer), además de reforzar en el electorado la impresión de que todas las medidas sociales del gobierno en la pasada legislatura no han provenido del SPD, sino del CDU.

El resultado: a cuatro semanas de las elecciones, el SPD se mantiene alejadísimo de cualquier opción de volver a la Cancillería, perdido a 14 puntos del CDU, quien obtendría entre un 37 y un 40% de los votos. Ante este panorama, las palabras que más se escuchan en cualquier tertulia política son Schwarz-Gelb (negro-amarillo), la coalición soñada con liberales que permitiría al CDU aplicar a cuchillo todas las medidas de desmantelamiento del estado del Bienestar y dinamización de la economía que pretende.

Pero antes de llegar ahí, la primera prueba de fuego es este fin de semana: elecciones federales en el Sarre, Turingia y Sajonia, y elecciones locales en Renania del Norte-Westfalia. Naturalmente, los resultados serán siempre de alcance reducido, debido a las particularidades de estos estados, pero los analistas políticos están expectantes: ellos también han hecho la prueba del Padre, y el resultado es positivo.

Peter Müller (CDU) intentará mantenerse en el poder pactando con el FDP. ¿Será suficiente?

Peter Müller (CDU) intentará mantenerse en el poder pactando con el FDP. ¿Será suficiente?

En el Sarre, pequeña región fronteriza con Francia, el CDU ha gobernado en la última legislatura con un apoyo cercano a la mayoría absoluta. Sin embargo, la irrupción del partido de izquierda Die Linke a nivel federal, capitaneado por Oskar Lafontaine (ex-primer ministro del Sarre, por entonces en el SPD y el cual abandonó ante su deriva centrista), ha desestabilizado el reparto clásico de votos. Die Linke le robará un buen porcentaje de votos al SPD, pero indirectamente hará aumentar el porcentaje total de votos a la izquierda, robando base al CDU, que necesitaría una coalición para mantenerse en el poder. El ligero aumento del FDP puede asegurar la mayoría, y servir de primer ensayo al pacto federal que se presume en Octubre. Atención al NPD: el partido neofascista rozó el 4% en las pasadas elecciones, y podría rozar la entrada en el parlamento del estado federado, aunque se presume improbable.

>>> PREVISIÓN DE VOTO EN SAARLAND (SARRE)

CDU 38% || SPD 26% || Linke 15% || FDP 9% || Grüne 6% || otros 6%

Holger Apfel celebra la entrada en el parlamento sajón en 2005 con un gesto... casual

Holger Apfel celebra la entrada en el parlamento sajón en 2004 con un gesto... casual

En Sajonia, las cosas se presumen, como poco, más ásperas. El CDU ha sido, desde el hundimiento de la Alemania comunista, la fuerza más votada en este estado del Este, uno de los más depauperados de todo el país, con una industria obsoleta y una tasa de paro cercana al 13%. Las dos grandes fuerzas siempre han sido el CDU y el antiguo PDS, heredero del SED (partido comunista único en los tiempos de la dictadura) y antecesor de Die Linke. Sin embargo, en las últimas elecciones el CDU perdió más del 15% de votos y se vio obligado a trasladar al parlamento sajón la Gran Coalición con el SPD, fuerza aquí minoritaria pero suyo apoyo aseguraba la gobernabilidad en un estado problemático y extremo: los postcomunistas suman casi el 24% de los votos, y el partido neofascista NPD obtuvo en 2005 el 9’2% de los votos y 8 diputados. En las elecciones de hoy, el NPD parece hundirse por debajo de la línea del 5%, lo cual le dejaría fuera del parlamento, mientras el FDP doblaría su porcentaje. Encaje de bolillos espera mañana a las fuerzas políticas sajonas.

>>> PREVISIÓN DE VOTO EN SACHSEN (SAJONIA)

CDU 38% || Linke 21% || SPD 13% || FDP 11’5% || Grüne 6% || NPD 4’5% || otros 6%

En Turingia, el otro ex-estado-del-Este que celebra elecciones, el mapa político parece ampliarse en estas elecciones: en 2004, sólo el CDU, el SPD y Die Linke obtuvieron representación parlamentaria, quedando la mayoría absoluta en manos del CDU, pese al espectacular aumento de la izquierda postcomunista. Ahora, sin embargo, el hundimiento del partido democristiano hará imposible que mantenga el poder… al menos, en soledad. Verdes y liberales entrarían en el parlamento, abriendo las posibilidades para un pacto jamaicano. Quizá es la elección con menos emoción, dado que parece claro que CDU y FDP se entenderán con facilidad y pueden convencer a los Verdes de sumarse al Gobierno en su primera entrada en el parlamento federal. Y al menos, aquí el NPD no parece convencer a tanta gente como en otros estados, afortunadamente. No obstante, queda vigilar cómo reacciona el electorado ante los planes todavía frustrados de salvación de Opel, dado que es en este estado donde tiene una de sus sedes, y donde un posible cierre podría dejar a miles de personas en la calle si el gobierno de Merkel no maneja bien sus cartas.

>>> PREVISIÓN DE VOTO EN THÜRINGEN (TURINGIA)

CDU 34% || Linke 24% || SPD 19% || FDP 8% || Grüne 6% || otros 9%

La prueba del Padre funciona: si has llegado hasta aquí, estarás pensando en cómo todo esto puede influir a nivel alemán y europeo. La primera prueba está en marcha. Veamos hasta dónde llega el fuego.

La aligeración de la amistad

Cada mañana, el sol sale por el este y se pone por el oeste, y en ese intervalo de luz con partes de sombra, vive el ser humano. Constante como las excavadoras, la humanidad persigue la perpetuación de una rutina. La necesitamos para habitar esos espacios de hormigón y códigos postales que nos empeñamos en llamar ciudades. Pese a pretendernos urbanos, observamos el ancho de las aceras, las líneas de autobuses y las bocas de metro como elementos lanzados desde una nave espacial.

Por eso no los miramos. Por eso avanzamos por las mismas calles, calcando recorridos, colonizando los mismos bares. Necesitamos la rutina para cohesionarnos como individuos. La rutina y la socialización. Buscamos a los mismos amigos, generamos las cadenas de contactos necesarias para acostar con cierta regularidad un nuevo cuerpo en nuestra cama, para aumentar la memoria de la agenda del teléfono móvil.

Ampliar horizontes. Observar nuevos rostros. Escuchar nuevas palabras, que no son nuevas, sino sólo la boca que las pronuncia. O las escribe.

La llegada de internet al ciudadano medio le ofreció la última falacia del milenio: el mundo entero está a tus pies, puedes conocer a gente de todas las partes del mundo. Los 90 llegaban a su fin y proliferaron las páginas de FriendPals. Gente de todas las partes del mundo que dejaban su dirección física en páginas de internet, para conocer personas con las que cartearse. Cartas, sí, de papel, con letra, dirección y sello lamido. Miles de cartas viajaron a lugares absolutamente remotos y absurdos, gente de Mongolia carteándose con desconocidos norteamericanos, europeos escribiendo a Sudamérica, indios cruzando confidencias con rusos. Algo que parece hoy algo tan remoto como un libro de Tolstoi, un reloj de bolsillo o un hombre fumando en pipa.

Internet generó el primer movimiento de aligeración de la amistad: hablar con desconocidos, aunque manteniendo ese romanticismo de sentarse a una mesa, marcar con tu puño y letra pensamientos que pocas veces podían ser profundos, sino meros intentos de aproximación superficial -quién soy, dónde vivo, qué me gusta- legitimados por la distancia, la absoluta improbabilidad de conocerse algún día en persona, y a menudo la utilización de la linguafranca mundial en vez de tu lengua materna. No era difícil observar lo que luego se confirmaría en el siguiente estadio: el distanciamiento genera una suicida dosis de confianza.

Tras el movimiento de amigos-por-carta, llegó una versión más vaga y perezosa: los chats de mIRC. ¿Para qué molestarse en desplegar un folio, cargar una pluma de tinta -no lo neguemos, para escribir cartas a personas que apenas conocemos nos molestábamos en escribir con pluma- y sentarse a garabatear, pudiendo practicar la velocidad de digitación conectándonos a salas donde una conversación era imposible porque había 40 personas hablando a la vez? La tematización de los canales era sólo una excusa: la búsqueda de una amistad mejorada había emprendido su curso. Entiéndase con mejorada una de esas amistades que nada exigen, porque la distancia y una pantalla demandan poco de un ser humano. Mientras los amigos virtuales florecían, languidecían los compañeros que nos habían visto crecer, los grupos de siempre con los que salíamos los sábados por la noche porque ninguna otra cosa sabíamos hacer, instalados en el hábito, la rutina, la torpe necesidad de socializar a cualquier precio. La instauración de la tarifa plana telefónica generó la perpetuación de la posibilidad de conexión a internet, derivando indirectamente en la eterna posibilidad de hablar con esos desconocidos que siempre eran más interesantes, más profundos, más idénticos a nosotros mismos cuantas más horas pasábamos pendientes de sus letras.

El fenómeno de la proyección, que en las relaciones reales necesita de varios meses y conocimiento profundo, se acortaba gracias al chat. Y con él, el de la decepción, fenómeno este que no cambiaba los hábitos vitales de varias generaciones, que perseveraban en la búsqueda imprecisa de una amistad fin de siglo: amistad presuntamente profunda, pero en realidad vacua y esquiva de la realidad. Es en este estadio donde se genera la pereza que llega a nuestros días: tener amigos está muy bien, pero es muy cansado mantenerlos. Por eso se primaron las nuevas relaciones generadas a través de profundas y extensas conversaciones en ventanas privadas de chat por delante de ese amigo que se acaba de echar una novia un poco perra y está algo tonto, nada que no pudiera curar quizá una buena conversación frente a unas cervezas y tabaco en abundancia; pero ya da pereza. La vida acerca objetos y sujetos lejanos y aleja lo que siempre hemos tenido ahí. El mundo es demasiado grande para cerrarse puertas con viejos amigos desorientados.

Este egoísmo 1.0 obliga a la creación de un nuevo estadio hedonista: el cuaderno de bitácora, el diario. Éste adopta múltiples formas, iniciándose en la definición journal (procedente de dos servidores míticos donde se alojaron los primeros, deadJournal y LiveJournal), y llegando al blog actual (que es exactamente lo mismo que un diario, sólo que el índice de usuarios que no hablan de su vida privada ni enseñan modelitos en fotografías falsamente naturales es mayor). La interacción pasa de ser a tiempo real en un chat a convertirse en un monólogo contínuo, una mostración exagerada y pretendidamente ejemplarizante, no tanto para los demás, sino para la imagen refinada y perfeccionada que de nosotros lanzamos y en último término, nos creemos. El chat se convierte en algo que exige demasiado tiempo, basta con postear algo rápido en tu journal, preferentemente una foto si eres mujer, la vagancia avanza. Y entra en juego el componente de la alimentación del ego: muchos años antes de que existiera Twitter, los journals tenían Friends, el estado primigenio del Follower actual. Bastaba el vistazo a tu página de amigos para comprobar el transcurso de la vida de esas personas que te añadían sin motivo aparente, y ante los que era una señal de completa mala educación no añadirles tú de vuelta.

El problema de la web 1.0 era que exigía también tiempo. Si uno acumulaba, pongamos, 60 friends, no era descabellado que 30 actualizaran ese día. Y que por lo menos, 15 tuvieran uno de esos días torcidos en los cuales te lías a escribir una reflexión filosóficopsicológica sobre el ser humano y sus bajezas sólo porque hoy llovía y dos transeúntes te han golpeado con el paraguas. Líneas y más líneas de profundidad lanzadas rápidamente al hiperespacio que describen un estado transitorio de tu psique.

Demasiado esfuerzo. Leer cansa. Casi tanto como crear lazos reales con una persona. Por eso se ha extendido ahora el lazo 2.0 entre las personas: las redes sociales y el microblogging. Ahora la amistad se circunscribe a una línea de texto que aparece en tu Facebook. Ahora ya no se envían cartas, se twittea. Todos conocemos la más reciente banalidad de nuestros conocidos. Pero nos desvinculamos a cada momento más de ellos, porque no podemos compartir una reflexión. La capacidad de sentarse y arreglar el mundo ya sólo se limita a un grupo de tu red social favorita. Cada vez más aislados, cada vez más incidentales, cada vez más conectados, cada vez más banales, más limitados, más aislados. La paradoja 2.0: tenemos más amigos que nunca, y seguimos estando condenadamente solos.

La invisible socavación

Soy un extranjero en la capital de Alemania. No duermo una resaca por los efluvios patrocinados a estas horas del día, como hacen millones de personas del planeta en estos momentos. Mi cuerpo está sentado, observando, en medio de la inmensa llanura que no se detiene ya hasta los Urales. Escribo en una lengua diferente. Observo y tengo viva la capacidad de pensar con completa claridad. Tengo opiniones que navegan entre el francotiro y la incorrección más absoluta. Por ejemplo, hay días que opino que habría que borrar a determinada gente del planeta: banqueros, por ejemplo.

Por todo esto, podría ser un elemento potencialmente peligroso. El Bundeskriminalamt (Oficina de Investigación Criminal Federal) podría estar leyendo estas palabras en el momento en el que las tecleo. Porque desde hoy, y gracias a una nueva ley aprobada por el gobierno de la Gran Coalición (CDU y SPD), esta agencia del Gobierno alemán tiene la facultad de entrar con impunidad en mi ordenador personal con un troyano que envíe toda mi información a los servicios de información del gobierno. Mi nombre real quizá pasara a juntarse en la carpeta donde ya figuran mi cuenta bancaria, mi número fiscal y mis datos biométricos, con un nuevo archivo de peligrosidad en el que se analizara la frecuencia con la que dudo de la honestidad de Wolfgang Schäuble, de la fiabilidad del tan proclamado Estado del Bienestar alemán o del auténtico género de Angela Merkel (por si lo dudan, he hallado tras profundas reflexiones que no puede ser una mujer dado que las mujeres suelen tomar decisiones razonables e inteligentes, y no tienen cara de perro pachón).

El plan ha conseguido aprobarse pese a la resistencia cuidadana y a la férrea oposición inicial de los Länder (estados federales), quienes contaron en el Bundesrat con un voto individual que permitió rechazar la propuesta de ley a principios de diciembre. Naturalmente, al más puro estilo burócrata europeo, se reescribió el procedimiento: si el resultado no favorece a tus intereses, rompe las reglas del juego y vuelve a plantearlo para obtener entonces la respuesta que deseas. Tal y como se ha hecho con el No irlandés al Tratado de Niza, el CDU ha aprovechado el relevo en la cúpula del SPD para obligar a los nuevos dirigentes -que son otra vez los mismos que empezaron la Gran Coalición- a llamar al orden a los Länder para repetir la votación.

Te juro que todo esto es para protegerte

Te juro que todo esto es para protegerte

El resultado: desde hace 19 horas, el Estado alemán puede elevar a un juez la solicitud -meramente formal- de entrar en cualquier ordenador personal de cualquier persona sospechosa de terrorismo.

Ah, el terrorismo, la excusa postmoderna, el gran comodín para todo.

Un subapartado de la ley exonera curiosamente de ser investigados a abogados, diputados y religiosos. Los medios de comunicación resaltan que nada se dice de, por ejemplo, periodistas. Y en los últimos años, empresas tan poderosas como la Deutsche Telekom o Siemens se han visto envueltas en escándalos de espionaje a sus propios empleados y cuadros directivos, como medidas para obtener informaciones comprometedoras en las intestinas luchas de poder que siempre tienen lugar en toda organización con más de 3 trabajadores. Medios como el Süddeutsche Zeitung o Der Spiegel -quienes ya sufrieron el espionaje del Estado a las comunicaciones de una de sus periodistas años atrás- se han enfrascado en una lucha pública para rechazar la ley, o, al menos, conseguir que el denominado Cuarto Poder, los medios de comunicación, no entren en ese saco y sigan pudiendo proteger legalmente sus fuentes de información.

No lo conseguirán, porque esta ley es una herramienta. No una herramienta antiterrorista, como defiende Schäuble desde su silla de ruedas con la pasión de los autoconvencidos -sufrió un atentado en 1990 que le condenó a esa silla, curiosamente no por un islamista, sino por un ciudadano alemán con problemas de esquizofrenia paranoide-; Schäuble defiende esta herramienta porque permite la instalación de un estado de vigilancia que concuerda con sus propias debilidades. Una herramienta de control absoluto.

Y este es sólo el caso alemán.

En realidad estamos regidos por fobias particulares y objetivos industriales que nos limitan día a día la capacidad de movimiento. No vaya a ocurrírsenos cambiar algo, o siquiera intentarlo.

La instalación del miedo, la invisible y progresiva socavación de nuestros derechos individuales es incontestable. Durante este año, en la supuestamente culta, aristocrática y elevada Europa, hemos visto movimientos claros de inoculación del miedo indiscriminado. El proyecto de aplicación de excepciones laborales para elevar la semana de trabajo a 65 horas. El proyecto de introducir escáneres corporales en aeropuertos que literalmente te dejan desnudo ante una pantalla. El proyecto, ahora ley, de virus patrocinados por el Ministerio del Interior. Todos globos sondas, ante los que algunas oposiciones han sido tan sonadas que han sido imposibles de aplicar, al menos por ahora. Como con la ley de espionaje online, sólo hay que saltarse las reglas de juego, cepillarse la separación entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, y volver a plantear la ley en otro ámbito que garantice la aprobación a la búlgara.

2008 ha sido un año nefasto en la libertad de quien está leyendo esto ahora mismo.

2009 tiene pinta de ser un año en el que para un gobierno de la avanzada Europa, alguien que escribe palabras como estas puede ser considerado como sospechoso. Y hace falta valor para conservar la independencia y no sumarnos a la muerte de las ideologías en el magma de la corrección.

Si quieren jugar duro, desde hoy tengo un archivo de Word dentro de la carpeta Próximas Acciones llamado Ataque en Alexanderplatz. Veremos si concluyo el año pudiendo escribir en este blog.

La pipa es el tiesto de las flores de humo

Siempre es difícil escribir de lo que se ama. De lo que supone una pasión íntima o una cuestión personal. Las palabras dejan de ser términos en un diccionario y se hacen escudos, lanzas, banderas. A la hora de usar las palabras, uno hace apología de lo incorrecto; mejor dicho, de lo que se nos ha informado que en la actualidad es políticamente incorrecto. Pero no queda otro remedio que utilizarlas, porque es lo único que nos queda.

Me permitirán un poco de proselitismo.

Hace tres años, quien escribe estas líneas eligió un camino: fumar en pipa. Una elección que suscita una curiosa mezcla entre la extrañeza, un presunto esnobismo y la aparición de turbios recuerdos de parientes ya fallecidos que también echaban tabaco en un trozo de madera. Lo elegí por la misma razón por la que hace muchos años manifesté mi preferencia por la pluma ante el bolígrafo, las cartas escritas a mano en vez de correos electrónicos y la copa tranquila en un sofá en vez del botellón: por el ritual, la ceremonia, la paciencia infinita que corona cada pequeño acto si se quiere hacer con una mínima perfección alcanzable.

Y este fin de semana decidí compartir mi ceremonia con decenas de personas más. Y juntarnos con la excusa perfecta: un Campeonato de España de Fumada Lenta en Pipa, organizado en esta ocasión por el Club de Amigos de la Pipa de Madrid.

Sí, algo así existe desde hace 20 años. Sí, suena friki. Cada uno acarrea con lo suyo, tal vez yo también sea un poco friki a mi manera.

Este sábado se celebró el XX Campeonato de España de Fumada Lenta en pipa. El mecanismo es sencillo: uno se inscribe, y por el precio de la inscripción se recibe una pipa, 3 gramos de tabaco y un atacador de madera. La misma pipa para todo el mundo, sobres milimétricamente pesados, para que nadie reciba más tabaco que otro.

«En realidad, lo de menos es la fumada», afirma Carles Royo, vicepresidente del Lleida Pipa Club y artesano pipero. «Lo importante de todo esto es el antes y el después. En el antes hablas con la gente y conoces nuevos compañeros, y después ya empieza el cachondeo», sostiene con una sonrisa. Internet ha sido una baza básica para desarrollar esta ‘comunidad pipera’. Proliferan listas de correo, pipaclubs con sección virtual como el PipAlba, foros de internet… Son formas de socializar actos de placer individuales. Y por lo que se veía en los salones donde se celebró la comida y la fumada, la socialización fue exponencial. Qué pipa te has comprado. ¿Has visto las Les Wood? Segimón ha traído unas pipas preciosas. Momentos de patio de colegio, con los niños sonriendo ante los stands de las primerísimas marcas que allí había y enseñándose mutuamente las maravillas que acababan de aterrizar en sus bolsillos. Incluso cabía la posibilidad de comprar armarios para pipas realizados por un artesano segoviano, Carlos Canle.

Lo mejor, lo que no estaba en el programa oficial. Gente regalándose latas de tabaco porque sí. Las conversaciones en las mesas, rodeados de una botella de Cardenal Mendoza. Las sorpresas de quienes ya se conocen. Gente que está incluso a punto de derramar una lágrima cuando un artesano —y amigo— le trae una pipa creada especialmente para él, como fue el caso del director teatral Eduardo Valiente, que recibió la pipa Talía y Melpómene en honor a las musas del teatro.

Pequeñas historias donde no caben muertes con forma de cilindro, también llamadas cigarrillos. Aquí se establecen otros términos. Aquí se degusta el tabaco como se catan los vinos: se habla de matices a heno, a toques florales. Es una forma de ver la vida, pese a que la frase sea ya una categoría especial dentro de los tópicos. Un lugar en el que no caben las prisas sólo puede organizar como actividad un concurso en el que se elogia la lentitud. Es un mundo diferente que devuelve mucho más de lo que tú puedas darle. Proporciona una calma interior que une a la gente. La Ley Antitabaco molesta sólo de lado, porque un fumador de pipa no es carne de portal y chute rápido de cinco minutos en la calle antes de volver a subir a la oficina; puede, y prefiere esperar a tener el tiempo necesario de disfrutar de su adicción. Un cigarrillo es para un fumador de pipa lo que un calimotxo a un Somelier: algo tan alejado, que sólo el nombre de lo común se comparte.

Fuimos legión y somos sólo sombra en estos tiempos. Pero estas sombras siguen sonriendo.

Cesión de espacio

Hoy Thomas Bernhard cede su espacio a la mejor retrospectiva de la crisis, escrita brillantemente por Joaquín Estefanía en El País. De lectura imprescindible.

——-

EL MUNDO DESPUES DEL CRASH

Hay en economía un concepto más enérgico que el de recesión para explicar lo que está sucediendo: depresión. La depresión es más grave y duradera que la recesión, y se manifiesta en el frenazo en seco de la actividad, la debilidad de la demanda, la contracción del comercio internacional, el incremento del paro, la caída del poder adquisitivo, etcétera, todos ellos procesos muy dolorosos y contrarios al progreso. Pues bien, el profesor de Economía de la Universidad de Nueva York Nouriel Roubini, el gurú que se ha hecho famoso por haber anticipado la crisis financiera que se inició con el estallido de las hipotecas tóxicas, ya ha utilizado el concepto de depresión como síntoma de lo que ocurre en la economía a escala planetaria. Hace unos días escribía Roubini: «No podemos descartar un fracaso sistémico y una depresión global. (…) Se corre el riesgo de un desplome del mercado, una debacle financiera y una depresión mundial». El economista plantea que más que una coyuntura en forma de V (caída y pronta recuperación) estamos en otra en forma de U (caída en la que la economía se mantiene un tiempo, para luego ascender), o quizá en forma de L (caída y letargo a largo plazo).

Un arranque ciertamente tenebroso sobre la coyuntura quizá pueda compensar el optimismo del titular de este que parece llevar implícito -y no es así, como se ha visto la semana pasada- la superación del desplome bursátil que, en otras ocasiones históricas, ha sido la antesala de una recesión o de una depresión. Crash y depresión se retroalimentan. Hay muchas similitudes -y bastantes diferencias- con la Gran Depresión de 1929. Es urgente desempolvar los viejos manuales de entonces y establecer las comparaciones. «Pensar el presente desde un punto de vista histórico» (Walter Benjamin).

En diciembre de 2006 caía el Ownit Mortgate Solutions, un pequeño banco hipotecario de California especializado en productos de alto riesgo. Es el antecedente más cercano del estallido de la burbuja inmobiliaria y de las hipotecas subprime, que devendría en la norma a partir de julio de 2007. Desde entonces hay muchas víctimas sin enterrar. Entre ellas, la economía real en forma de estrangulamiento del crédito (que es su sistema sanguíneo), desaparición de los bancos de inversión y nacionalización de otras entidades que formaban parte de la aristocracia financiera internacional, desprestigio de los organismos reguladores nacionales y de las agencias de calificación de riesgos, profundísima descapitalización bursátil de muchas empresas financieras y no financieras, parón de la actividad económica y de la inversión, contracción de la demanda, suspensiones de pagos, desempleo, etcétera. Y sobre todo, un escalofrío en muchos ciudadanos en forma de inseguridad: no sólo miedo al terrorismo y a otras formas de inquietud ciudadana, sino a la inseguridad económica y el temor al otro, al diferente, al que compite con el puesto de trabajo y carga de obligaciones al Estado de bienestar.

Otra víctima de la crisis es una forma de entender el mundo, un modo de pensar que se identifica ampliamente con la ideología neoliberal. La máxima acuñada por la revolución conservadora de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, que ha durado un cuarto de siglo, de que el Estado es el problema y no la solución, ha saltado hecha trizas en cuanto se han acumulado las dificultades. La «destrucción creativa» de Schumpeter sólo se hizo realidad cuando las autoridades americanas dejaron hundirse al que era cuarto banco de negocios estadounidense, Lehman Brothers (y casi todos los analistas califican esta inacción como un grave error y el principio del pánico); las demás instituciones financieras con problemas han sobrevivido con una u otra fórmula de intervención pública, con paquetes de rescates a babor o a estribor, en forma de avales públicos, compras de activos o directamente de acciones. Lo explica resignado un economista español: «Hemos generado mucho riesgo moral para evitar el riesgo sistémico». Ahora, la retórica del libre mercado se utiliza con más soltura, más selectivamente: se asume cuando sirve a intereses especiales y se descarta cuando no es así. Sin complejos, el presidente de la patronal española llegó a exigir «un paréntesis» a la economía de mercado.

Hace escasamente año y medio, todavía la economía mundial continuaba en la senda de crecimiento más larga y profunda de la historia contemporánea. La teoría de los ciclos económicos parecía extinguida y el planeta se instalaba en el denominado ciclo Kondratief, una onda larga de prosperidad debida -se decía- a la confluencia de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) con la flexibilidad empresarial y la innovación financiera. Los mantras más citados eran los de la desregulación y la autorregulación. Hasta tal punto que cuando se encienden las primeras luces rojas de las dificultades hay una generación de jóvenes ejecutivos, los que mandan en muchas empresas y en bastantes Gobiernos, que no tienen puntos de referencia para saber lo que es una crisis y qué tratamiento preventivo darle.

Es muy interesante seguir las mutaciones que ha sufrido la naturaleza de esta crisis en apenas 18 meses: primero se identificó con el estallido de la burbuja inmobiliaria y el abuso en la concesión de hipotecas de alto riesgo; a ello se le añadió un tsunami protagonizado por las materias primas alimentarias y los elevadísimos precios de la energía, de modo que entonces se habló de «tormenta perfecta» y se hizo una equivalencia con los primeros años setenta del anterior siglo, al aparecer la estanflación (alta inflación y crecimiento cero). Cuando se hicieron sentir los primeros efectos de la sequía crediticia en forma de reducción del crecimiento económico bajaron los precios de las materias primas; como consecuencia de ello, la inflación dejó de estar en primer plano, pero a las víctimas de la coyuntura se añadieron los países emergentes, principales productores de materias primas, y de los que se había dicho que en esta ocasión estarían exentos del efecto contagio. Conforme pasaban las semanas y dejaba de funcionar el mercado interbancario debido a la desconfianza que las entidades se tenían entre sí (¿cuál de ellas tenía en su interior la metástasis de los productos estructurados y colaterales sin valor alguno en el mercado?), la crisis hipotecaria devino en crisis financiera y los Gobiernos salieron al rescate en el entendido de que la desconfianza de los ciudadanos en las entidades de crédito es la antesala de una catástrofe en la economía real. Hubo un momento en que en algunas plazas y sucursales bancarias los clientes, después de hacer colas para sacar sus ahorros, intentaban transmutar sus depósitos en lingotes de oro, en la creencia de que este metal precioso era la inversión más segura.

Sólo cuando los ciudadanos, airados, comenzaron a preguntarse en alto por qué habían de rescatar a quienes habían sido víctimas de su codicia, es cuando se sofisticó un poco el discurso: la mayor inyección de dinero público utilizada en la historia para salvar a los bancos en dificultades era tan sólo una etapa intermedia para salvar a la economía real. Lo que es bueno para Wall Street es también bueno para la calle. Proteger a Wall Street es proteger a Main Street. Así lo ve el grupo de banqueros con chistera y puro que aparecen en la tira satírica del New Yorker. Uno de ellos grita indignado: «¡Maldita sea, para nosotros Wall Street es Main Street».

Las ayudas oficiales a la banca («Aportaremos todo lo que sea necesario», ha declarado Berlusconi, el más desvergonzado de los políticos actuales) han servido hasta ahora para detener el pánico de los clientes y para que emerja un hilillo de liquidez en los mercados, que se ha concretado en una pequeña baja de los tipos de interés (Euríbor y Líbor). Pero sigue sin saberse si tanto dinero aportado por el Estado se trasladará del sistema financiero al conjunto de las empresas con inmediatez, para que la situación tienda a normalizarse, y a qué precio. Esto era así hasta anteayer. Pero resuelta al menos en parte la dificultad financiera más urgente, los mercados bursátiles han reaccionado extraordinariamente a la baja cuando en el frontispicio ha aparecido el problema de fondo: el colapso de la economía real. La mayor parte de los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) -los 30 países más ricos del mundo- han entrado en recesión o están a punto de hacerlo (dos trimestres seguidos de reducción de sus productos brutos), y sin visos de salida. Además, el contagio afecta a muchos países emergentes, que han tenido que gastar las reservas de divisas en defensa de sus monedas, mientras aumenta su riesgo país y ven bajar los precios de sus exportaciones. Se ha llegado a la madre de todas las crisis. Cada uno de los pronósticos que han ido elaborando las organizaciones multilaterales (OCDE, Fondo Monetario Internacional, etcétera) se han tirado a la papelera en el mismo momento en que se hacían públicas. La velocidad de la metástasis es tal que todas las explicaciones de la coyuntura se han quedado antiguas en tiempo real. Aun hace dos fines de semana, en su asamblea semestral, el FMI preveía un ligero crecimiento en 2009 para el conjunto de las economías avanzadas y del orden del 6% en las emergentes. Sin embargo, el pasado miércoles, el Foro Económico Mundial sentenciaba: «La crisis financiera afecta ya a la economía real en un nivel alto y el riesgo de una profunda y prolongada recesión crece».

Con esta crisis multiforme y poliédrica ha desaparecido también una forma de hacer la política económica, que ha sido dominante en el último cuarto de siglo. Aquella que había formalizado el dogma de que los mercados son los que mejor saben qué hacer. Del mismo modo que hay ciclos en la coyuntura también hay ciclos ideológicos que conceden el énfasis a las distintas herramientas económicas. Y ha comenzado otro. En el año 1936, el que probablemente ha sido el economista más influyente del siglo XX (y lo vuelve a ser ahora), John Maynard Keynes, escribió en su obra magna Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero: «Las ideas justas o falsas de los filósofos de la economía y de la política tienen más importancia de lo que en general se piensa. A decir verdad, ellas dirigen casi exclusivamente el mundo. Los hombres de acción que se creen plenamente eximidos de las influencias doctrinales son normalmente esclavos de algún economista del pasado». Las ideas keynesianas, tan menospreciadas en el último cuarto de siglo, están siendo aplicadas ahora por quienes tratan de sacar a la economía de la camisa de fuerza de la revolución conservadora y de la desregulación permanente. No por casualidad, sino como un signo de los tiempos, la Academia Sueca ha concedido hace unos días el Nobel de Economía a quien es uno de los neokeynesianos más insignes: Paul Krugman.

El New Deal del presidente Franklin Delano Roosevelt, respuesta a la Gran Depresión de 1929, inauguró un ciclo progresista de intervención en la económía que duró casi medio siglo y que ha sido denominado la edad dorada del capitalismo: el mundo creció mucho y los países más avanzados construyeron su Estado de bienestar. El 31 de diciembre de 1933, 10 meses después del inicio del New Deal, Keynes escribe una carta abierta al presidente en The New York Times, en la que le aconseja actuaciones adicionales, entre las que sobresale «una atención predominante en el más alto grado al incremento de la capacidad de compra resultante de los gastos públicos, financiados mediante créditos».

A finales de los años setenta y principios de los ochenta se inició la revolución conservadora, que tuvo sus principales ideólogos en Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y su continuidad en los neocons que han gobernado en la Casa Blanca y en la Reserva Federal. Francis Fukuyama, el constructor del concepto del fin de la historia, ha matizado aquella forma de entender el mundo y recientemente ha hecho un balance de ese tiempo: la revolución conservadora perdió su rumbo porque se convirtió en una ideología irrebatible, y no en una respuesta pragmática a los excesos del Estado de bienestar. En ella había dos conceptos sacrosantos: que las reducciones de impuestos se autofinanciarían y que los mercados financieros podrían autorregularse. Pues bien, el balance es clarificador: Reagan y Bush dejan a EE UU con gigantescos déficit, la economía creció tanto con Clinton como con Reagan y con superávit público, y de las secuelas de la autorregulación del mercado financiero tenemos suficientes ejemplos catastróficos en los últimos meses.

La crisis traza una frontera, la del final (por ahora) de otra edad dorada: el crédito fácil, la liquidez extrema, los riesgos fuera del balance, los sueldos astronómicos de los grandes ejecutivos ligados a la creación de valor a corto plazo y no a la calidad de lo que se fabrica o con lo que se trabaja, los cambios legales para facilitar la especulación sin límites y las zonas de sombra (el capitalismo gris), una psicología mediante la cual los ahorradores se convirtieron en inversores y los inversores en activos apalancados, la autorregulación como pretexto para administrar sin límites, etcétera.

Cada ciclo ideológico en economía está provocado por una crisis. El New Deal llegó por la Gran Depresión; la revolución conservadora, como reacción a la estanflación; y el paradigma que parece instalarse a principios del siglo XXI, por la crisis iniciada con las hipotecas subprime llevada al paroxismo. Las matrices que lo componen son las de la intervención del Estado siempre que sea necesaria, la regulación financiera, quien contamina paga (en relación a los activos tóxicos) y la necesidad de dotar de gobernanza a la globalización realmente existente. Por ello se ha dado tanta significación a la construcción de un nuevo Bretton Woods, en analogía con la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, celebrada en New Hampshire del 1 al 22 de julio de 1944, al final de la II Guerra Mundial, y que ha constituido hasta ahora el intento más ambicioso por configurar un nuevo orden económico internacional. Entonces participaron 44 países. Hoy se trata, como se declara con ampulosidad, de «refundar el capitalismo»: cambiar todo para que nada cambie.

Se trata de evitar otra Gran Depresión e ir, por el contrario, a una Gran Transformación, como tituló su libro de referencia Karl Polanyi en 1943. En él demostraba, acudiendo a la historia y a los datos empíricos, que no existe nada parecido a una mano invisible que ordene a los mercados; éstos se regulan por la acción del Estado. Hay que actualizar la Gran Transformación a la era de la globalización en la que los Estados tan sólo son entes intermedios.

-Joaquín Estefanía, 26 octubre 2008

Cuando el voto se convierte en grito

Si esto fuera una columna barata, lanzaríamos epítetos hechos frase como

Algo Sucede En Centroeuropa

o quizá lo adornáramos con un titular del estilo

Crisis de los partidos tradicionales

En realidad es una mera cuestión de estilo. O de su carencia, en los casos anteriormente expuestos.

Las secciones de Internacional de ayer y hoy en la prensa hablan de dos hechos independientes, aislados y que tienen en común sólo dos detalles: uno, domingo de elecciones, y dos, sucedían en dos países centroeuropeos, Alemania (autonómicas, podríamos decir) y Austria (generales). Ambas noticias han aparecido en los medios sin interconexión mutua, aisladas, retratadas tan antagónicamente como la quinta derrota de la temporada del recién ascendido Sporting de Gijón y la nacionalización de Fortis.

Por un lado, el titular más mediático es el austriaco, puesto que hasta los seres unicelulares son capaces de ver la verdadera dimensión de los resultados electorales. Los dos grandes partidos llevaban tres años fagocitándose el poder en los palacios gubernamentales de la Ringstrasse, en las técnicas gitanescas de socavación inherentes a dos enemigos forzados a convivir en armonía, sacándose los intestinos como dos pitbulls en un cuarto oscuro, pero sonriendo y con corbata, como corresponde a todo un ser humano. La coprofagia institucional derivó en la incapacidad inicial para solventar los grandes temas de Estado primero, y las medidas concretas después.

Adorador de las esencias patrias

Adorador de las esencias patrias

El resultado, el de este domingo: hundimiento de ambos adoradores del terciopelo institucional, y los dos partidos de ultraderecha vuelven a acaparar líneas y titulares tras el imparable y paradigmático ascenso de 2000 de Jörg Haider. Las sanciones de la UE y aquel aislamiento no han servido de nada, porque la memoria del pueblo es frágil como las lágrimas de un futbolista de élite, y porque ninguno de los grandes partidos ha sido capaz de revocar esa patética sensación de fragilidad e inoperancia que echó gasolina sobre las brasas del descontento.

Justo al otro lado, en el estado federado limítrofe con Austria, Baviera celebraba elecciones.

[Como bien demuestra la historia, ambas regiones están unidas por lazos que van más allá de las fronteras: Hitler era un austriaco de frontera, que desde Berteschgaden observaba el horizonte que estaba dispuesto a unir a la fuerza, porque en su opinión los valores bávaros (y por ende alemanes) eran el espíritu real de Alemania, por delante de los estirados prusianos del Norte. Pero esa es otra historia.]

Beckstein, presidente de Baviera, jugando a la bavaridad

Beckstein, presidente de Baviera, jugando a la bavaridad

En Baviera, casi desde el fin de la segunda Guerra Mundial, gobierna el partido-institución CSU (Unión Social Cristiana), fundado por Strauß, gobierna Baviera desde finales de los cincuenta, y desde 1966 encadenando mayoría absoluta tras mayoría absoluta. Sin ir más lejos, en 2003 Stoiber sacó un 60,3% de votos, envidiable porcentaje hasta para presidentes autonómicos con discursos apocalípticos del agua y congresos búlgaros. Medio siglo de gobierno que este domingo ha recibido una bofetada: caída de 17 puntos hasta quedarse en sólo un 43% de los votos. Un partido acostumbrado al rodillo durante décadas que ahora tiene que hacer algo que no sabe hacer: negociar y escuchar. «El CSU no ha perdido las elecciones: es que ahora Baviera quiere que compartamos el poder», ha afirmado revestido de inoperancia e incapacidad política Huber, presidente del partido, en unas declaraciones que demuestran por qué el CSU ha caído de esa manera: de ser un concepto casi transideológico -es difícil discrepar ideológicamente en un estado profundamente católico, cerrado y donde se prima la riqueza material del ciudadano- común a todos los bávaros, a ser el ejemplo del amodorramiento unitario del estado más rico dentro de Alemania.

Los dos resultados electorales de ambos estados ofrecen lecturas absolutamente simétricas: partidos grandes automasturbatorios que caen y ceden el campo a partidos minoritarios. ¿Erosión en el poder? En parte. Pero no pueden explicarse sin un nuevo concepto: el voto como protesta. El voto como grito. El voto como escupitajo.

Estamos arrancando, desde Centroeuropa, un movimiento de incalculables efectos.

El voto como acción anarquista.

Reconozcamos ciertos hechos: el voto del miedo ya no existe. Desde los albores de la democracia se utiliza el miedo como arma, que vienen los fachas, que vienen los comunistas, que vienen los integristas, que vienen los musulmanes, que vienen los negros, que vienen los abortistas. Es decir: desde los partidos y los gobiernos se ha supeditado el ejercicio de elección democrática a una acción de defensa o de ataque, olvidando cualidades programáticas o la simple posibilidad de la opinión relativa: esa que dice que ninguno de nosotros somos algo perteneciente a una ideología, sino personas variables y fragmentarias con ideas dispares difíciles de catalogar en un nicho de mercado o ideológico. Desde el discurso del miedo se genera la acción por reacción: una reacción controlada y acorde a los mecanismos de poder que se alternan los grandes partidos sin grandes estridencias salvo las formales. Las necesarias para mantener el circo, la ideología del miedo. Durante mucho tiempo ha dado resultado. Los antagonismos izquierda-derecha y sus múltiples azuzamientos panicales han llevado a los grandes partidos a borrar lentamente los claros y gruesos límites que les separan dialécticamente para subvertirse a una nueva ideología: el reparto del poder, la colocación de asesores afines a los que se les debe favores, la tecnocracia en vez de la democracia.

Sin embargo, como el bipartidismo del siglo XIX, ese horizonte tiene un punto final. El que acaba de nacer en Centroeuropa: el voto como alarido. La protesta clara, el mensaje directo: un gigantesco No. La renovación directa de unos cuadros políticos anquilosados, corruptos, podridos y estancados en el lodazal que sus propias defecciones han creado.

El hecho es claro y existe de manera indiscutible. En los resultados bávaros han aparecido por primera vez los Freie Wähler (Electores Libres) con un 10%, un ascenso notable de los Verdes (9%) y del FDP (8%), y casi el nuevo partido de la izquierda, Die Linke, entra en el parlamento con un 4’8%, milagroso porcentaje en un estado nacionalcatólico cuya ortodoxia pura es el BMW y la nómina. Asimismo, en el otro lado de la balanza, tenemos ese salvaje 30% acumulado entre los dos partidos de extrema derecha austriacos, FPÖ y el nuevo BZÖ, creado por Haider a su imagen y semejanza tras su salida accidentada del FPÖ. Y en las elecciones comunales de muchos estados alemanes encuadrados en la antigua parte comunista, el ascenso de las extremas -extrema izquierda y la extrema derecha, el NPD, con representación histórica en varios parlamentos regionales-.

Sin embargo, lo que sí es discutible es si los electores serán capaces de discernir entre la destrucción renovadora y la destrucción involutiva. El voto como rebelión, como protesta, existe. Ya ha sido creado y canalizado, y su onda expansiva alcanzará al resto de Europa probablemente en los próximos cinco años.

La pregunta es, ¿tendrá la sociedad, desencantada de inoperancia y de palabrería hueca, la capacidad de separar un voto de protesta de un voto que alimenta a un lobo que nos coma a todos por los pies?

La última vez que la sociedad centroeuropea respondió a esta pregunta, fue en 1933.

Quizá ahora sea cuestión de que grite todo el electorado del resto de Europa, para dirigir este descontento en la dirección correcta. La sociedad civil camina entre el descontento y el temor, el asco y la esperanza. Quiere ser europeo, pero seguimos temiendo a los inmigrantes y sacamos al ejército para expulsarlos. Queremos quemar sucursales bancarias, pero nadie se queja cuando suben las comisiones de los cajeros. El paradigma europeo, el relativismo de saber que todo nuestro malestar no es más que un grano ínfimo en el universo, genera la terrible posibilidad de mejorarlo drásticamente o volarlo por los aires. De todos nosotros depende que eliminemos una política nauseabunda, que prioriza donar dinero a los bancos que acabar con el hambre, pero también del compromiso de todos depende no dejar que esa arcada política no sea eliminada con el acero de los cuchillos y el fuego de las esencias inexistentes de las razas.

Déjenme una sonrisa al x%

Permítanme que, por un día, hable un poco de mí y no de mi opinión sobre algo que se mueve u ocupa columnas en periódicos y demás adminículos para envolver el pescado.

O, mejor dicho, permítanme que otra persona hable un poco de mí.

Thomas Bernhard recibe su primera entrevista. Pueden leerla aquí, si lo desean.

Les advierto que si no lo desean, me obligarán a escribir sobre fútbol. Espero que sea una amenaza suficientemente ejemplarizante.

La pérdida de la inocencia urbanística

–La destrucción de una zona histórica enciende los ánimos en Berlín–

– Nada de todo esto… esto, no, no me pertenece,

masculla el hombre que está sentado en el vagón de la línea de metro U1, la que cruza el puente del Oberbaumbrücke y une las estaciones de Warschauer Strasse, Este, con Schlesische Strasse, Oeste. Este hombre, edad indeterminada entre 55 y 65 años, mira por la ventana derecha del vagón mientras el convoy sale de la estación de Warschauer Strasse y observa la margen antigua del Este. No hay mayor lección de historia que subirse en este tren, mirar el resto del muro y los terrenos baldíos que se asomaban como una cicatriz imborrable. El puente data de finales del siglo XIX y se atraviesa a menos de 30 km/h. Hay tiempo suficiente para masticar el horror. El antiguo y el nuevo. Es el nuevo horror el que no le pertenece.

Durante dieciocho años, el espacio que llevaba a lo que ahora se llama East Side Gallery (un trozo del muro en el distrito de Friedrichshain que se ha hecho famoso por las míticas pintadas que tiene) era un páramo. Un lugar que antes era una franja de seguridad patrullada por militares con subfusiles y perros, y que tras la caída permaneció vacío, o bien dio pie a que se crearan iniciativas de ocio típicamente berlinesas: improvisadas y creativas a partes iguales. En aquella zona surgió el 25, un after a orillas del río Spree que ya es un clásico de los fines de semana berlineses: un clásico creado con maderos viejos, arena artificial y la intención de ofrecer un hogar a los technófilos insomnes. Un clásico que, como la franja del río en la que reside, tiene los días contados.

El hombre murmura algo del Mediaspree, el alcalde Wowereit y la palabra Scheiße (mierda).

Mediaspree es el consorcio creado por empresarios de la construcción, propietarios de terrenos y naves abandonadas, y especuladores dispuestos a sacar tajada de millones de metros cuadrados todavía por explotar y que, hablando geográficamente, se encuentran en pleno centro de Berlín. La ciudad de Berlín, que es en sí misma una de las tres ciudades-estado de Alemania -junto a Hamburgo y Bremen-, arrastra desde los tiempos de la reunificación una deuda histórica con el gobierno central, tiene una tasa media sostenida del 18% de paro y Wowereit, el alcalde, necesita atraer inversores al precio que sea. El plan de Mediaspree es levantar oficinas y viviendas de lujo tras conseguir la aprobación para construir el o2 Arena, un pabellón multiusos con capacidad para 17.000 personas y que ha costado 165 millones de euros a la empresa de telefonía móvil que le da nombre. El edificio, como todo edificio creado sin necesidad, abusa del neón y el cristal, y rompe la perspectiva de unos terrenos que mucha gente considera un trozo de la historia que debería permanecer intocado.

Como el hombre que mira horrorizado desde el tren que avanza lentamente por el Oberbaumbrücke. Ya no musita más cosas en esta gris mañana de preotoño en Berlín: sólo mira, incrédulo, el mastodonte, observa las pantallas gigantes que funcionan día y noche y contaminan lumínicamente los alrededores de una forma insoportable, y se pregunta cómo se ha podido llegar a esto.

Claro que este hombre también recuerda haber visto a miles de personas manifestándose en los últimos dos años bajo el nombre de «MediaSpree versenken» («Hundamos MediaSpree»), mucha gente joven negándose a la llegada del capitalismo extremo a una ciudad que durante casi dos décadas ha vivido en un limbo que no se correspondía con la realidad teórica de ser una gran capital europea. Berlín ha sido desde 1990 un epicentro de arte e independencia de tal calibre que los propios alemanes dicen que Berlín no está en Alemania, que se trata de una isla con la que no tienen nada que ver y donde la gente no vive para trabajar, sino que trabaja para vivir. Esa filosofía de tomarse las cosas tan típicamente berlinesa se está extinguiendo poco a poco mediante la mercantilización inmobiliaria salvaje y la convergencia con el estándar del resto de Alemania y el resto de Europa, lo que se concreta en la desaparición paulatina de los símbolos. El 25 es un símbolo, como lo es la Kunsthaus Tacheles, y ambas están tocadas de muerte por conglomerados como el MediaSpree.

Los chicos protestan, la gente protesta, pero ya no se puede hacer nada. Todo esto está ya decidido sin nosotros, piensa el hombre del tren mientras tocamos la orilla Oeste.

Y uno de los palacios de deportes más modernos del mundo ya está inaugurado en unos terrenos históricos. Wowereit habló del «orgullo» de la ciudad por haber dado un primer paso histórico en rehabilitar una zona «abandonada». En los exteriores, por supuesto sin invitación, mil personas protestaban contra este proyecto que destroza un poco más la leyenda de libertad berlinesa.

Lógicamente, los antidisturbios les invitaron a irse con su sutileza habitual. Todo esto lo vio el hombre del vagón de metro a lo lejos, desde el puente. Probablemente giró el rostro hacia la izquierda para observar el antiguo puerto fluvial del Este, donde todavía los contenedores no han sido sustituidos por oficinas y lofts de lujo. Ver represión en un lugar como ese quizá le traía más de un recuerdo.

Las cosas cambian, pero no tanto, podría haber pensado.

Naturalmente, nada de todo eso existía al día siguiente, el 11 de septiembre. Los periódicos hablaban del aniversario de la masacre americana y del fastuoso estreno del pabellón con fuegos artificiales, que tendría como inauguración de lujo el concierto de Metallica, para el cual la totalidad del aforo está cubierto desde hace más de un mes. Estreno de lujo, El o2 estrena la revitalización de la zona deprimida de Friedrichshain, etecé etecé.

Todo son palabras para definir este proyecto que reconfigurará para siempre el perfil de Berlín. Turistas alemanes y extranjeros vendrán a hacerse fotos y a disfrutar de sus estrellas musicales o deportivas desde sus gradas, y cuando salgan verán, como un incidente, a lo lejos, un trozo de muro que cada día es más souvenir. El hombre del vagón sólo observa el monstruo y se rasca su barba de dos días, y murmura cosas en un alemán incomprensible. Mientras me bajo en Schlesische Strasse pienso, quizá lleva meses temiendo que cuando él se baje del vagón su casa ya no exista. Quizá por eso viaja yendo y viniendo por la U1 y trata de no bajarse nunca. Por el pánico berlinés a esta modernidad.

La muerte de la Política

«Don´t choose the clown!«, vociferaban los medios de comunicación en Abril de este año, pocos días antes de las elecciones a la alcaldía de Londres. Naturalmente, se referían a Boris Johnson, el candidato del Partido Conservador británico: un periodista verborreico con una especial habilidad para decir lo más improcedente en el peor lugar posible, educado en los colegios más exclusivos del Reino Unido y perteneciente a los clanes pseudoaristocráticos de poder. Desde que se oficializó la candidatura, miles de voces clamaron contra la mera posibilidad de que un bufón recogiera el testigo de ser el alcalde de Londres durante las Olimpiadas. Muchas de ellas anónimas, gente como tú y como yo, pero muchas de ellas de prominentes artistas, escritores, fotógrafos, politólogos, que advertían de la catástrofe que supondría poner la capital en manos de un hombre capaz de enunciar análisis sociológicos tan profundos como

Si el matrimonio gay fuera correcto -y tengo mis dudas sobre esa cuestión-, no vería ninguna razón por la cual no debería consagrarse la unión entre tres hombres en vez de entre dos, o entre tres hombres y un perro.

Lógicamente, Boris fue elegido alcalde de Londres.

No por una gestión irregular de su antecesor Ken Livingstone, no porque fuera el candidato del otro gran partido, o incluso, no porque el millón largo de votantes que le eligieron como primera opción estuviera de acuerdo con frases tan exquisitas como la anterior.

Si le eligieron, fue porque la política, tal como la entendemos, ha sido exterminada. Uno acude a la Wikipedia y ve que la política es el proceso y actividad orientada, ideológicamente, a la toma de decisiones de un grupo para la consecución de unos objetivos.

Luego uno abre el periódico y ve que la política son alcaldes de cualquier signo detenidos por corrupción. Ve familiares de diputados que adquieren terrenos rústicos por los que casualmente un año después pasará una autovía o la nueva línea del AVE, y claro, han de ser expropiados a un precio diez veces mayor al que pagaron. Ve la inquina, la inmensa podredumbre del ser humano por la cual se tiran millones de litros de leche a la alcantarilla porque de lo contrario reventarían los precios, dicen unos señores en Bruselas. Los mismos que declaran que se puede encarcelar sin cargos durante 18 meses a un inmigrante por el mero hecho de serlo.

Toda política convencional está ya supeditada a los intereses económicos. Ahora tomamos más conciencia de ello, quizá porque vivimos en tiempos de cíclica crisis.

[Crisis que son inventadas por el sistema financiero, como lo fueron las de 1907 -J.P. Morgan empezó a difundir rumores de quiebra para asegurar la creación de la reserva federal que él controlaría-, 1920 -donde la reserva federal empezó a reclamar el pago de los préstamos que desde 1919 había duplicado unilateralmente para introducir más dinero en el mercado y preparar la caída del año siguiente- o la de 1929 -donde crearon años antes los Margin Loans para poder exigir su pago en bloque en Octubre, lo que provocó el crack y la ya famosa depresión-. Como aquella, también esta crisis de las subprime está planificada desde tiempo atrás y será la Historia quien juzgue este nuevo robo global, no yo.]

Ahora, decía, tomamos conciencia de la preponderancia de la economía porque vivimos bajo el paraguas de su crisis-excusa. ¿Qué responde el campo político a esto? ¿Cómo trata de paliar sus efectos? ¿Qué medidas toma para ser realmente quienes lleven el peso ejecutivo de la gestión política, de la administración de las ciudades, de las naciones, de los conglomerados transfronterizos?

Nada. Silencio. Una bala de paja cruzando un parlamento.

Por tanto, ¿qué sentido tiene votar a un político preparado para un cargo?

Sólo a través de la muerte de la política convencional se puede entender que una persona que promete cambio (Barack Obama) elija como vicepresidente a un senador de 65 años que nunca ha hecho nada, o que una persona que promete inmovilismo (John McCain) elija como vicepresidenta a una gobernadora de 44 años sin ninguna experiencia.

Sólo a través de la muerte de la política convencional se entiende una Gran Coalición como la que lleva 3 años funcionando en Alemania (¿alguien puede imaginar un gobierno de concentración nacional PP-PSOE?), en la que se masacran los pilares básicos de cualquiera de los dos partidos, eligiendo una tercera vía en la que se aniquila la ideología y se prioriza el beneficio operativo de las corporaciones.

Los ciudadanos ya han comprendido que la política está muerta. Que votar a las grandes opciones no tiene ningún sentido, porque son igual de pasivas ante los poderes fácticos y jamás van a crear medidas que solucionen el día a día de la gente, como bien se demostró en el bipartidismo del siglo XIX. Por lo tanto, el primer movimiento de protesta es la elección de cenutrios por vocación como Boris Johnson (o en ejemplo español Jesús Gil); gente que es estúpida, pero habla claro, o que incluso es divertida a ratos por sus ocurrencias entre el gris panorama de la corrección política de trajes grises y feministas conservadoras.

Cuando la gracia se acabe, la muerte de la política se encaminará a su último estadio: la elección de partidos de extrema derecha como única opción fuera del abanico que hemos detestado ya de tanto ver.

El ser humano es el único animal que no aprende de los años 30.

La Destrucción Europea

Semana laboral de 65 horas aprobada.

Normativa de retención de sospechosos de terrorismo de hasta 42 días sin necesidad de presentar cargos.

Ganaderos gallegos tirando por la alcantarilla millones de litros de leche.

Virus troyanos creados por el Ministerio de Interior alemán, para monitorizar la actividad de los ordenadores conectados a Internet.

Suecia graba todas las llamadas telefónicas y correos electrónicos que salen al extranjero.

Italia barre las calles de gitanos e indigentes con 3000 soldados.

Alguien que vive en el Reino Unido es grabado por cámaras de vigilancia un promedio de 300 veces. Al día.

Francia y Holanda dijeron No a la Constitución Europea (los demás países no tuvieron la oportunidad de hacerlo). Para ignorar ese No, se creó el Tratado de Lisboa.

Irlanda ha dicho No al Tratado de Lisboa. Para ignorar ese No, se repetirá el referéndum dentro de un año.

En Suiza gobierna un partido cuyo cartel electoral eran tres ovejas blancas que sacaban a patadas del país a una oveja negra.

Policías locales de al menos tres comunidades autónomas españolas utilizan regularmente armas Taser, que transmiten descargas de 50000 voltios a la víctima.

Sólo la incapacidad parlamentaria del grupo de gobierno ha impedido que Polonia tuviera una ley que prohibiera «la promoción de la homosexualidad y otras desviaciones» en las escuelas polacas y sancionara a quienes promoviesen «la homosexualidad o cualquier otra desviación de índole sexual en entornos educativos». El incumplimiento de estas medidas podría ser causa de despido, multa o encarcelamiento.

Una persona que nace en Alemania no es ciudadano alemán, a menos que uno de sus padres lo sea. Se llama «Ley de la Sangre».

Desde 2002, un parado que haya dejado de recibir prestación, pierde la gratuidad de la sanidad. Se le atiende, pero luego se le envía la factura a casa.

Dónde coño está la Europa que nos prometieron.

El valor de la disidencia

Disidencia es una palabra en desuso. En decadencia.

disidir.
(Del lat. dissidēre).

1. intr. Separarse de la común doctrina, creencia o conducta.

A nadie le gusta que le digan que pertenece a la común doctrina. Todos queremos ser especiales, pero compramos en El Corte Inglés. Todos queremos ser diferentes, pero seguimos soportando bisbaladas en la radio. Todos somos inteligentes como individuos, pero nos comportamos como borregos cuando nos juntamos más de tres.

La disidencia nace siempre de la inteligencia. De la disconformidad crítica con lo que vemos y lo que pensamos que debería de ser el mundo que nos rodea. Sólo una persona inteligente puede enarbolar la bandera de la disidencia y romper tabúes. Dogmas escritos o no, que tratan de jerarquizar nuestra vida y regularla más allá de la libertad de elección. Por eso la disidencia siempre ha tenido un significado político: porque los partidos son, como las religiones, máquinas de triturar individuos en aras de una identidad colectiva o corporativa.

Por eso disidencia es sinónimo de purga. De consecuencias. Y lo que es peor: de un linchamiento moral de todos aquellos que no se han atrevido a ser disidentes y de los que no saben qué es la disidencia.

¿Conocen ustedes la fábula de los monos?

  1. metes 20 monos en una habitación cerrada.
  2. cuelgas un plátano del techo y pones una escalera para poder alcanzarlo asegurándote de que no exista ningún otro modo de alcanzarla que no se a usando la escalera.
  3. instalas desde el techo y en toda la habitación un sistema que haga caer lluvia de agua helada, cuando un mono empieza a subir la escalera.
  4. los monos aprenden rápido que no es posible subir la escalera evitando el sistema de agua helada.
  5. luego, reemplazar uno de los 20 monos por uno nuevo. Inmediatamente, va a intentar subir la escalera para alcanzar el plátano y sin entender por qué, será apaleado por el resto de monos.
  6. reemplazar uno de los viejos monos por otro nuevo. Entonces será apaleado también y el último mono introducido antes que éste, será el que más fuerte de pegue, sin saber por qué le está pegando.
  7. continuar el proceso hasta cambiar a los 20 monos originales y que queden únicamente monos nuevos.
  8. ahora ninguno intentará subir la escalera, y más aún, si por cualquier razón a alguno se le ocurriese pensarlo, éste será apaleado por el resto de los monos y lo peor es que ninguno de los monos tendrála menor idea del porqué de la cosa.

Jamás se ha escrito un mejor ejemplo del funcionamiento de una empresa. En ningún trabajo se ampara la disidencia. Porque aquí las cosas siempre se han hecho así. Da igual que uno tenga una idea que mejore el proceso: siempre será rechazada. Y apaleado por monos que desconocen el motivo por el que están linchando a alguien.

Pese a lo triste que resulta el ser humano en dichas circunstancias, sigue habiendo disidentes.

Mírenle. Un hombre ante 100 millones de personas para escuchar música. 100 millones de personas reunidas ante los televisores de media Europa. 100 millones de personas esperando escuchar una música que ya han escuchado otros 100 millones de veces, pero reformulado nuevamente. Una balada babosa o lo que los ignorantes musicales llaman un ritmo pegadizo. Y ante esa gente, aparece un hombre con el valor para subirse ahí, coger una guitarra del todo a cien y abofetear a quienes llaman música a un festival caduco, obsoleto y que en realidad es un insulto a la palabra música.

Alguien con el valor necesario para ser disidente.

No hay que engañarse por el formato. La disidencia es un ejercicio de inteligencia: de saber navegar fuera de los cauces esperados en los que uno se comporta como se espera que se comporte. Como debe. Este hombre es una bofetada en los tersos rostros llenos de bótox que vomitan puntos en conexión por satélite. Este hombre simboliza el asco y la rebeldía contra un engendro de festival que simboliza cualquier cosa menos música. Porque tomarse en serio Eurovisión es propio de países subdesarrollados con ganas de ascender en el ránking europeo y de incultura galopante, como bien indicaba un comentario en ElPaís.com.

Ahora vendrán los monos a dar palos a un hombre que fue a reírse de la caspa y volvió con 55 puntos. Que cuadruplicó a Reino Unido y a Alemania y que le sacó dos puestos a Suecia, que llevaba a una doble de Donatella Versace que los grandes medios daban como favorita de no se sabe qué.

Como un André Bretón con guitarra del todo a cien, abofeteó ayer a toda esa legión de indocumentados que llaman música a la repetición compulsiva de un modelo musical degenerado. Se rió de Europa en su cara. Y le pusieron por delante de 9 países que todavía piensan que Eurovisión va de música.

Viva la disidencia.